sábado, 27 de febrero de 2016

HAIKU de Ainhoa Menéndez

Caen los copos
formando un manto blanco.
Huele a frío.

(Ainhoa Menéndez)

HAIKU de Ainhoa Menéndez

Sobre la arena
la concha que dejaste
frente al mar.

(Ainhoa Menéndez)

EL CEMENTERIO DE CANDLE VALLEY, de Ainhoa Menéndez Señoráns

Martes, 25-noviembre-2010, Candle Valley

Sarah salió de casa. Era la hora de la cena y, como todos los días desde el triste 21, se dirigió al cementerio. Se acercó a la tumba de su hermano y estuvo unos minutos llorando en silencio. Al acabar, volvió a casa.

Su prima la esperaba con la comida. Dafne era 5 años mayor que Sarah, así que era ella la que se encargaba de las labores de la casa mientras Sarah iba al instituto. ¿Por qué? La madre de Sarah había muerto a los dos días de dar a luz a su hermano y el padre abandonó a los pequeños culpándolos de la muerte de su esposa. Así fueron a parar a manos de los dos únicos familiares que les quedaban: su tío Henry y su prima Dafne. Henry se había ahogado en una expedición por barco, y el hermano de Sarah, Paul, había muerto en un accidente, el 21 de noviembre.

Poca gente se quedaba a vivir en Candle Valley, era un lugar alejado. Sin embargo, Sarah y Dafne se habían acostumbrado a la soledad. En el instituto, nadie se atrevía a acercarse a Sarah porque decían que no traía más que mala suerte, y Dafne vivía todo el día en casa, limpiando, cocinando y cosiendo. Cosía para luego vender las prendas y así ganar el dinero suficiente para conseguir la comida y pagar la educación de Sarah.

Todas las mañanas, Sarah se levantaba, desayunaba un trozo de pan y agua e iba al colegio. Allí atendía al profesor y aguantaba la soledad. Al terminar volvía a casa, comía, hacía los deberes y estudiaba hasta la hora de la cena, con la esperanza de poder conseguirse un buen trabajo y salir de la pobreza. Después iba al cementerio y volvía a casa a cenar. Y así era todos los días.

 Miércoles, 26-noviembre-2010, Candle Valley

Hoy es un día diferente. Es la fiesta local y no hay colegio. Todo el pueblo está fuera, pero Dafne y Sarah se quedan en casa. Un chico de 14 años, la edad de Sarah, pasa por delante de su casa y se queda mirándola. Le parece raro que haya luces encendidas en una casa, un día como ése, pero Steve decide ignorarlo. Se disponía a continuar cuando vio a Sarah. Mucho más le extrañó que una adolescente no saliera a celebrar el día del pueblo, el día de la vela1. Duda por un instante, pero prueba a tocar al timbre para hacerse su amigo.

Miércoles, 3-diciembre-2010, Candle Valley

Hace solamente una semana que Steve y Sarah se conocieron, pero ya han hablado de todo: rutinas, amigos, gustos, familia… Esto último les llevó a visitar el cementerio. Allí Sarah lloró por su hermano, mientras Steve la consolaba como podía.
Se cerraron las puertas.
Empezaron los gritos.

Jueves, 4-diciembre-2010, Mirror City

(N.A. Candle en inglés significa vela)

(Ainhoa Menéndez Señoráns)

LA FLECHA, de Omar Pereira




Todos somos una flecha lanzada por un arco. Salimos con gran potencia pero siempre acabamos clavados en el suelo. Pero esto no es por alguna ley gravitatoria o algo así, es porque los seres humanos siempre seguimos ese patrón: niñez, pubertad, edad adulta y por último la vejez. Pensándolo bien es como el recorrido de la flecha. Es nuestro deber hacer que nuestra flecha no caiga al suelo y sí a esos que pretenden arrebatarnos lo sueños. Podemos definir sueño como algo imposible de conseguir. Cuando alguien te dice quiero ser futbolista, astronauta o rey, en vez de reírnos deberíamos animarles a ello porque aunque sea ridículo ellos lo único que quieren es que su flecha siga volando buscando el horizonte.


(Omar Pereira)

domingo, 21 de febrero de 2016

HAIKU, de Ainhoa Menéndez Señoráns

Ha hecho un corte.
La savia va brotando.
Árbol de vida.

(Ainhoa Menéndez)









Flores moradas
en una gran pradera.
Se escucha el agua.

(Ainhoa Menéndez)

sábado, 13 de febrero de 2016

"LA FOTO", de Ainhoa Menéndez








Cuando la familia Cooper se mudó a su nueva casa en Texas se tomaron una foto todos juntos. Pero al revelar la foto… “algo”… muy extraño aparecía en ella…


 “¿Notasteis algo raro aparte de la foto?”
   Empecé a hartarme de esa pregunta desde que mi hermano de 11 años llevó al colegio las fotos de Texas. Cómo no, a Sam no se le ocurrió dejar la de la figura en casa. Desde entonces todos los compañeros nos acribillaban a preguntas. A él no le importaba contestarlas, pero tenía sólo 3 el año de la mudanza. Yo tenía 6, y la recordaba muy bien. También la discusión. La tía no quería quedarse en el país, y mi madre opinaba que con salir de Texas era bastante. Mi padre estaba de acuerdo con su hermana, pero Samuel no quería salir de E.E.U.U. Apenas sabía hablar inglés, no iba a ser capaz de aprender otro idioma.
   Al final ganaron papá y Cristina. Elegimos Inglaterra, pero por problemas económicos acabamos en España. Ocho años más tarde, Sam llevó la foto. Una de las peores preguntas fue quién era el que estaba en el regazo de la tía Cristina. Se nos llenaron los ojos de lágrimas a medida que la mente se nos llenaba de recuerdos. A diferencia de los de mi hermano, los míos podrían aterrorizar a cualquiera.
   Apenas recuerdo a Bill. Era apenas un niño, un bebé de 2 añitos. Jugaba con Samuel a los coches, y conmigo aprendía nuevas palabras. Era un niño muy avanzado para su edad. Le gustaba mucho lo nuevo, se sentía mal si no lo sabía todo sobre algo. Mi primo era igual que Sam. No merecía lo que le pasó.
   Cada vez que lo recuerdo siento que soy un monstruo, que merezco morir, que soy peligrosa.
   No se lo he contado a nadie. No es fácil de contar. Tengo miedo, miedo de lo que puedan hacerme, miedo de lo que yo pueda hacerles, miedo de lo que él vaya a hacerles por hacerme daño.
   Me preguntarían por qué lo hice. No sabía las consecuencias, ni siquiera qué era lo que estaba haciendo. Ahora me odio por haber hecho ese pacto. Sam o Bill se habrían asegurado de qué era un pacto. Pero yo me dejé persuadir. Sólo sabía que él iba a hacer que el tío volviese. Me había advertido, habría un precio. Yo en aquellos momentos pensé que se refería a que tendríamos que darle dinero, pero como el tío era rico podríamos darle el dinero que quisiese. Me dijo que haría una señal, que atendiese a cualquier cosa extraña.
   Unos días más tarde el tío había despertado de la muerte cerebral que le habían diagnosticado. Yo iba a contar que le había despertado gracias a mi amiguito, pero él me había dicho que no dijese nada. Me callé mientras todos celebraban que había despertado.
   Después nos mudamos a Texas. Ahí vi la señal que estaba esperando, la silueta de mi amigo en una foto. Subí a la azotea, el lugar en el que habíamos hablado la otra vez. Allí estaba. Le pregunté qué quería, y él me dijo que ya se las arreglaba solo. Nunca imaginé que la ley del Talión funcionase así.
   Dos días más tarde, ya en Europa, Bill y los tíos tuvieron un accidente. John sobrevivió con varios moratones, Cristina se dio un golpe fuerte en la cabeza y Bill… Bill murió… Al escuchar la voz del espíritu supe que lo había hecho él. Sólo dijo una frase:

“No lo he cobrado todo.”

(Ainhoa Menéndez)

MICRORRELATOS. "PUENTES HECHOS DE DIÁLOGO", de Alba del Castillo

Conozco a alguien, su vida era un desastre, solo, abandonado. Llegué, lo acogí, yo también vivía solo, de manera que dos vidas fueron completas. 
Ahora mi perro y yo no nos separamos.

(Alba del Castillo García)


MICRORRELATOS. "LA PAREJA DEL OTOÑO", de Alba del Castillo

Ya era la hora, el momento llegó ¡socorro! Sólo puedo pensar esa palabra, me mira, me huele, en su cara aparece un gesto de deseo, angustia...
Después de un rato abre sus labios y de repente desaparezco.
Esta es la vida de una cereza.

(Alba del Castillo García)


miércoles, 10 de febrero de 2016

MICRORRELATOS. "EL SIGLO DE ORO", de Mario Vázquez

Estamos en un siglo brillante, todo dorado, todo bonito, todo de oro. ¿Y la gente? Oh ¡la gente! Collares pulseras... todo de oro. 
¿Y los demás? 
En la mina, encadenados a la piedra, en busca de más oro.

(Mario Vázquez)


A PARTIR DEL ÁLBUM "LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK". Texto de Ainhoa Menéndez

El arpa
“Así que es verdad, pensó, es realmente cierto”
Se lo había contado: el arpa te dirá el camino. El paisaje era precioso: altos árboles que rodean un hermoso riachuelo, tan limpio, tan bello. Sin embargo, si la pequeña tenía razón, había algo más, algo detrás del nacimiento del río, algo más allá de las copas de los árboles lejanos. Algo que, por la expresión de la niña, debía ser descubierto, pero podría ser peligroso. ¿En qué estaba pensando? Ella era Noa, ella no tenía miedo, ella no creía en fantasmas ni en nada de eso. Cogió el arpa. Por primera vez se fijó en que era dorada y plateada: preciosa, igual que el paisaje. Recordó las notas que le había dicho la niña y las fue tocando, una por una. Entonces vio abrirse un camino entre la maleza. Lo siguió. Al poco rato se encontró con una bifurcación. Volvió a tocar la melodía, en vano. Se sentó a pensar, recordando a la niña...
La había visto tocando la flauta en un banco del parque. Era rubia, con el pelo corto y ondulado, y los ojos verdes, como el mar, profundos. Llevaba puesto un sencillo vestido naranja coral, con pequeños volantes en los hombros. Había varias personas cerca, atraídas por la música de la chiquilla, de unos 12 años. Cuando acabó, toda esa gente se fue dispersando, y la pequeña se acercó a Noa.
   - Hola – le dijo Noa al verla.
  - Hola. ¿Eres Noa? – le preguntó la niña.
  - Eh, sí. – contestó. Acto seguido, le preguntó, extrañada - ¿Cómo lo sabes?
  - Ven un momento.
Fueron hacia un rincón. Allí le había contado dónde estaba el arpa y que había algo detrás de las montañas.
Una nota la devolvió a la realidad. El arpa acababa de sonar, aunque nadie la había tocado. Pasados unos momentos volvió a sonar. Noa tuvo una corazonada. Agarró el arpa y se dirigió al camino derecho. El arpa tocó unos acordes siniestros, tenebrosos. La llevó hacia la izquierda y la melodía que sonó fue mucho más alegre. Continúo por ese sendero, dejando, en cada bifurcación, que el arpa le dijera el camino.
Así fueron pasando una, dos, tres horas. Empezó a pensar que no sería mala idea dar la vuelta, pero el arpa emitía ese horrible sonido que le indicaba la mala dirección. Se estaba preguntando si debería ignorar al arpa y volver a casa cuando llegó a un túnel rocoso, que casi parecía cavado por el hombre. Al poco de adentrarse en el túnel se encontró con una pared. Volvía sobre sus pasos, convencida de que había malgastado probablemente un día de su vida, cuando vio a un gato, de un color blanquecino, casi amarillo, de profundos ojos verdes, adentrarse en la cueva y escabullirse entre unas piedras. Cuando las retiró dejó al descubierto un pasaje pequeño. Se adentró en el, agradecida de que aquel gatito hubiese huido de ella. Salió al otro lado de las montañas y siguió el curso del río hasta su nacimiento. Allí el arpa comenzó a tocar una bella canción, y en el manantial del que nacía el río, de la pequeña charca que formaba surgió una figura femenina; y del sauce y del roble que custodiaban la fuente natural salieron otras dos. Eran tan hermosas que Noa no podía mirar a otro lado, y la música del arpa embotaba su sentido del oído. Aun así, eso no le impedía recordar su trabajo sobre mitología griega. Había escrito sobre las ninfas: seres protectores de la naturaleza. Las hermosas náyades habitaban los cuerpos de agua dulce y las arbóreas defendían la flora. De pronto le vino a la mente algo: odian a los humanos.

Así que es verdad, pensó, es realmente cierto.

(Ainhoa Menéndez)

martes, 9 de febrero de 2016

THOUGHT OF YOU. Poema de Ainhoa Menéndez

Thought of you

Alas de golondrina me creé;
tras correr otro poco las abrí,
y a su alrededor otra vez bailé.

Mas nunca me había sentido así
el mundo, como vuelto del revés,
girando por dentro y fuera de mí.

Una mano en mi nuca me encontré.
Sé que era suya, lo sé, lo sentí,
sólo amor pudo ser lo que noté.

Después llegó la desolación.
Yo, ya real, feliz me sentí.
Hoy ya pienso ‘ingenua de mí’,
puesto que él su mano apartó.

Me arrodillé, lloré, y lloré;
mientras él de mí se alejaba,
Mi corazón, tan roto estaba,
que ni al pasar siglos lo curé.

(Ainhoa Menéndez)

MICRORRELATOS. "LA ÚLTIMA EPIDEMIA", de Celia Villoria

¿Me contagiarán? Toda persona humana se hacía esa pregunta. La guerra biológica entre Rusia y Estados Unidos se les había ido de las manos. Más de la mitad de la población terrestre había sido contagiada por el TZI, un nuevo y peligroso virus. Las personas huían de todo y nadie sabía dónde refugiarse. Otros lloraban las muertes de familiares y amigos y otros simplemente buscaban su, ya imposible, supervivencia. 

Desde la corona de la estatua de la libertad los seis contemplábamos satisfechos el caos que habíamos causado.


(Celia Villoria)


MICRORRELATOS. "INSTINTO DE SUPERVIVENCIA", de Miguel Cancelas

La última palabra que oyó antes de convertirse en una mancha en el suelo fue: 
                                 ¡GARROTASO!

(Miguel Cancelas)



MICRORRELATOS. "LAS ALAS FUERTES", de Mario Vázquez

Miradme, mirad mis alas, grandes, fuertes, hermosas, la envidia de todos. Partimos juntos hacia un lugar mejor. Conmigo a la cabeza, todos detrás de mis alas. 

Hasta que se oye un disparo y caigo al suelo...


(Mario Vázquez)