“¿Notasteis algo raro aparte de la foto?”
Empecé a hartarme
de esa pregunta desde que mi hermano de 11 años llevó al colegio las fotos de
Texas. Cómo no, a Sam no se le ocurrió dejar la de la figura en casa. Desde
entonces todos los compañeros nos acribillaban a preguntas. A él no le
importaba contestarlas, pero tenía sólo 3 el año de la mudanza. Yo tenía 6, y
la recordaba muy bien. También la discusión. La tía no quería quedarse en el
país, y mi madre opinaba que con salir de Texas era bastante. Mi padre estaba
de acuerdo con su hermana, pero Samuel no quería salir de E.E.U.U. Apenas sabía
hablar inglés, no iba a ser capaz de aprender otro idioma.
Al final ganaron
papá y Cristina. Elegimos Inglaterra, pero por problemas económicos acabamos en
España. Ocho años más tarde, Sam llevó la foto. Una de las peores preguntas fue
quién era el que estaba en el regazo de la tía Cristina. Se nos llenaron los
ojos de lágrimas a medida que la mente se nos llenaba de recuerdos. A
diferencia de los de mi hermano, los míos podrían aterrorizar a cualquiera.
Apenas recuerdo a
Bill. Era apenas un niño, un bebé de 2 añitos. Jugaba con Samuel a los coches,
y conmigo aprendía nuevas palabras. Era un niño muy avanzado para su edad. Le
gustaba mucho lo nuevo, se sentía mal si no lo sabía todo sobre algo. Mi primo
era igual que Sam. No merecía lo que le pasó.
Cada vez que lo
recuerdo siento que soy un monstruo, que merezco morir, que soy peligrosa.
No se lo he
contado a nadie. No es fácil de contar. Tengo miedo, miedo de lo que puedan
hacerme, miedo de lo que yo pueda hacerles, miedo de lo que él vaya a hacerles
por hacerme daño.
Me preguntarían
por qué lo hice. No sabía las consecuencias, ni siquiera qué era lo que estaba
haciendo. Ahora me odio por haber hecho ese pacto. Sam o Bill se habrían
asegurado de qué era un pacto. Pero yo me dejé persuadir. Sólo sabía que él iba
a hacer que el tío volviese. Me había advertido, habría un precio. Yo en
aquellos momentos pensé que se refería a que tendríamos que darle dinero, pero
como el tío era rico podríamos darle el dinero que quisiese. Me dijo que haría
una señal, que atendiese a cualquier cosa extraña.
Unos días más
tarde el tío había despertado de la muerte cerebral que le habían diagnosticado.
Yo iba a contar que le había despertado gracias a mi amiguito, pero él me había
dicho que no dijese nada. Me callé mientras todos celebraban que había
despertado.
Después nos
mudamos a Texas. Ahí vi la señal que estaba esperando, la silueta de mi amigo
en una foto. Subí a la azotea, el lugar en el que habíamos hablado la otra vez.
Allí estaba. Le pregunté qué quería, y él me dijo que ya se las arreglaba solo.
Nunca imaginé que la ley del Talión funcionase así.
Dos días más
tarde, ya en Europa, Bill y los tíos tuvieron un accidente. John sobrevivió con
varios moratones, Cristina se dio un golpe fuerte en la cabeza y Bill… Bill
murió… Al escuchar la voz del espíritu supe que lo había hecho él. Sólo dijo
una frase:
“No
lo he cobrado todo.”
(Ainhoa Menéndez)
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