sábado, 13 de febrero de 2016

"LA FOTO", de Ainhoa Menéndez








Cuando la familia Cooper se mudó a su nueva casa en Texas se tomaron una foto todos juntos. Pero al revelar la foto… “algo”… muy extraño aparecía en ella…


 “¿Notasteis algo raro aparte de la foto?”
   Empecé a hartarme de esa pregunta desde que mi hermano de 11 años llevó al colegio las fotos de Texas. Cómo no, a Sam no se le ocurrió dejar la de la figura en casa. Desde entonces todos los compañeros nos acribillaban a preguntas. A él no le importaba contestarlas, pero tenía sólo 3 el año de la mudanza. Yo tenía 6, y la recordaba muy bien. También la discusión. La tía no quería quedarse en el país, y mi madre opinaba que con salir de Texas era bastante. Mi padre estaba de acuerdo con su hermana, pero Samuel no quería salir de E.E.U.U. Apenas sabía hablar inglés, no iba a ser capaz de aprender otro idioma.
   Al final ganaron papá y Cristina. Elegimos Inglaterra, pero por problemas económicos acabamos en España. Ocho años más tarde, Sam llevó la foto. Una de las peores preguntas fue quién era el que estaba en el regazo de la tía Cristina. Se nos llenaron los ojos de lágrimas a medida que la mente se nos llenaba de recuerdos. A diferencia de los de mi hermano, los míos podrían aterrorizar a cualquiera.
   Apenas recuerdo a Bill. Era apenas un niño, un bebé de 2 añitos. Jugaba con Samuel a los coches, y conmigo aprendía nuevas palabras. Era un niño muy avanzado para su edad. Le gustaba mucho lo nuevo, se sentía mal si no lo sabía todo sobre algo. Mi primo era igual que Sam. No merecía lo que le pasó.
   Cada vez que lo recuerdo siento que soy un monstruo, que merezco morir, que soy peligrosa.
   No se lo he contado a nadie. No es fácil de contar. Tengo miedo, miedo de lo que puedan hacerme, miedo de lo que yo pueda hacerles, miedo de lo que él vaya a hacerles por hacerme daño.
   Me preguntarían por qué lo hice. No sabía las consecuencias, ni siquiera qué era lo que estaba haciendo. Ahora me odio por haber hecho ese pacto. Sam o Bill se habrían asegurado de qué era un pacto. Pero yo me dejé persuadir. Sólo sabía que él iba a hacer que el tío volviese. Me había advertido, habría un precio. Yo en aquellos momentos pensé que se refería a que tendríamos que darle dinero, pero como el tío era rico podríamos darle el dinero que quisiese. Me dijo que haría una señal, que atendiese a cualquier cosa extraña.
   Unos días más tarde el tío había despertado de la muerte cerebral que le habían diagnosticado. Yo iba a contar que le había despertado gracias a mi amiguito, pero él me había dicho que no dijese nada. Me callé mientras todos celebraban que había despertado.
   Después nos mudamos a Texas. Ahí vi la señal que estaba esperando, la silueta de mi amigo en una foto. Subí a la azotea, el lugar en el que habíamos hablado la otra vez. Allí estaba. Le pregunté qué quería, y él me dijo que ya se las arreglaba solo. Nunca imaginé que la ley del Talión funcionase así.
   Dos días más tarde, ya en Europa, Bill y los tíos tuvieron un accidente. John sobrevivió con varios moratones, Cristina se dio un golpe fuerte en la cabeza y Bill… Bill murió… Al escuchar la voz del espíritu supe que lo había hecho él. Sólo dijo una frase:

“No lo he cobrado todo.”

(Ainhoa Menéndez)

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